DÍA 10
Cada noche, al acabar de cenar, recito poemas desde mi ventana, agarrado a los barrotes, y los versos corren por el patio del edificio, las metáforas llegan nítidas a los oídos de los vecinos, los oigo removerse en sus camas, apretaditos después de haber hecho el amor, con los pies desnudos y fríos debajo de la manta, rozándose las pieles y susurrándose cosas bonitas al oído.
Pero otras veces me callo los poemas sobre la fuerza del caballo y soy yo quien se acurruca bajo la manta. Las líneas rectas del cuaderno me recuerdan que esta casa donde vivo es una celda en una prisión, o cientos cárceles, ya no lo sé, y mis poemas no llegan a torcerse, se quedan rectos en la cuadrícula. Yo quiero escribir poemas resquebrajados, torturados.
Mi vecina del cuarto se asoma a la ventana y dice que mi poesía es de hombre peludo, ruda, fornida y simple. No sé el nombre de mi vecina del cuarto. A mí me gusta llamarla Antigua Transparencia.
El vecino del primero, Gorrión, dice que lo mío es biopoesía, y todos comienzan a mirarse entre ellos desde sus ventanas, agarrados a los barrotes, esperando que Gorrión les diga qué es la biopoesía.
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